10 de septiembre de 2011

LA PIEL QUE EVITO

Ramoncín (ahora Ramón Márquez) aceleraba su moto de gran cilindrada por las calles del antiguo Madrid glorioso. Estaba exultante: había sacado un disco y renacido de sus cenizas. Venía de conceder varias entrevistas en unas pocas horas para radios y canales de televisión. Había regalado a sus seguidores jugosas anécdotas, como aquella vez en que colaboró activamente a la expropiación de tierras de varias tribus mapuches. Entre risas explicó a la locutora que logró ganarse la confianza de todos ellos hasta que un buen día, en mitad de un rito funerario, descubrió que el sumo sacerdote estaba cantando una extraña versión de Anduriña, de Juan Pardo. Sin pagar, claro. El rey del pollo frito desplegó un operativo de urgencia y, como los mapuches no tenían dinero, familias enteras quedaron condenadas a errar por inhóspitos parajes. También regaló a la prensa titulares como éste: "soy la perfecta síntesis entre Quevedo y Joe Strummer" O este otro: "los hombres con una polla como la mía deberían pagar cánon".



Como decíamos, Ramoncín conducía su moto a gran velocidad por las calles de la capital.  Se dirigía hacia Rockola. Cuando llegó a la puerta descubrió, lleno de consternación, que estaba cerrado. Ramón Márquez confundía a menudo el pasado, presente y futuro: sobre todo cuando le invadía el entusiasmo. Pronto se animó y decidió ir a dar una vuelta por El Retiro,  para recordar épicas noches de sexo dentro de la casa de fieras. Dio con una puerta que estaba abierta, algo bastante extraño en la madrugada de un miércoles. Decidió entrar con la moto y dar una vuelta por el parque, acelerando, sintiendo la libertad en cada poro de su piel. Lo que no esperaba era que una furgoneta comenzase a seguirlo. Ramón se inquietó y aumentó la velocidad. La furgoneta hizo lo mismo. Así pasaron cinco minutos y, al final, Ramoncín se vio acorralado contra una chopera. 

-¿Qué es lo que quieres? ¿Quién coño eres? -Inquirió el superviviente de La movida. 

Un silencio terrible fue la única respuesta. Pasaron unos angustiosos minutos hasta que una siniestra figura descendió, envuelta en sombras, de la furgoneta negra. Apuntó a Ramoncín con una linterna que casi le deja ciego. La siniestra figura se acercó hasta quedar a un metro de Ramón. ¡¡¡Dios mío!!! ¡¡¡Pero si era Felipe González, ex-presidente del gobierno y gran estadista!!! Al cantante le cambió el rostro y sonrió abiertamente. Había sido muy amigo de Felipe. 

-Qué cagón eres, Ramón. Llevo siguiéndote desde que te he visto en la calle del Rockola. Ahora llevas un rato huyendo de mí... Cualquiera diría que tienes enemigos -Dijo el ex-presidente con una gélida sonrisa. 

-Qué alegría encontrarlo, presidente. Qué va, no tengo enemigos: precisamente ahora lo estoy partiendo. Siento que todos me aman. Voy en el buen camino, ¿sabe? -Repuso Ramoncín, algo nervioso. Le parecía algo extraña la expresión del presidente. También le inquietó un poco que su acento andaluz hubiese desaparecido para dar paso a un extraño deje canario.

-Bueno, Ramón, ¿te vienes a la bodeguiya a tomar unos vinos y a echar unos billares? -Va a estar José Luis Coll. Ya sabes que con él nos partimos el ojete -Dijo Felipe con  tono incitante y misterioso. 

Ramoncín se dejó seducir por la idea, así que aparcó la moto en una de las puertas del parque y se fue con el enigmático líder mundial en su furgoneta. Pasaron cinco minutos y al cantante se le ocurrió preguntar: "Oiga, ¿pero usted todavía tiene acceso a la bodeguiya? Ahora en La Moncloa hay otro tío, ¿sabe?". La única respuesta que recibió fue un puñetazo que lo dejó inconsciente.






Despertó en una cama de quirófano. No era consciente del tiempo que había pasado acostado allí. Una sensación algodonosa en todo su cuerpo se mezclaba con la vaga conciencia de una ausencia importante: le faltaba algo, pero no sabía qué. Aquello que siempre le había hecho sentirse tan bien ya no estaba. Cuando recobró plenamente la conciencia descubrió que estaba en una habitación blanca, aséptica, con las paredes llenas de fotografías de Samuel Beckett y Mari Trini. Iba a gritar cuando, súbitamente, apareció el líder socialista. 


-Pre...presidente. ¿Qué hago aquí? -Inquirió lleno de desasosiego. 


-Mírame a los ojos, Ramón. ¿Realmente crees que soy Felipe González? ¿Aún no te has dado cuenta de que llevo una careta de los chinos? -el misterioso personaje rió levemente. 


-Pues...ahora que lo dice, sí. Entonces...¿Quién es usted? ¿Qué me ha hecho? Siento como si...como si me faltara el Eros, el élan vital.


En ese momento el extraño personaje se arrancó la máscara y un rostro grotesco emergió tras la ilusión felipista. Ramoncín intentó gritar pero no pudo. Al cabo de unos segundos consiguió hablar. Las palabras se habían amontonado en su garganta y ahora salían a borbotones:


-Pe..pe...¡¡¡pero si eres Teddy, Teddy Bautista!!! Dios mío, qué...¿Qué hago aquí? ¿Qué quieres de mí? 


-Tranquilo, Ramón, solo he querido ayudarte a cambiar. A veces uno cree que ha cambiado pero en realidad es una ilusión: algo parecido al Felipe González que has conocido. -El presidente de la SGAE sonrió con una siniestra expresión torcida que permitió ver su colmillo. Su aspecto era horrible: llevaba unas gafas como las de Fernando Savater y su pelo gris, muy largo, se amontonaba a los dos lados de la cabeza como nubes preñadas de tormenta.






-¿Has...hecho algo conmigo? ¿Transgénesis, quizá?


-No, hombre, no soy tan retorcido... ¿Recuerdas Viridiana, de Buñuel


-La recuerdo poco porque cuando la fui a ver me había fumado unas platitas con un chapero idéntico a Rimbaud, pero a mí el cine de Buñuel pues como que...


-¡¡¡Cállate, pedazo de mierda!!! -Le interrumpió el chiflado doctor, fuera de sus casillas-. ¿Y Furtivos, de Borau?


-Esa sí que no...


-Bueno, da igual. Anda, mira hacia el techo... -Ramón no había mirado hacia allí en todo ese rato, concentrado como estaba en la ominosa figura de Teddy. Obedeció y pudo ver en un enorme espejo lo que se suponía que era él. Pero no, no lo era: el reflejo que le devolvía era el de una mujer desnuda, avejentada y con el cuerpo surcado por profundas arrugas. Sus pechos eran prácticamente inexistentes y allí donde había habitado la virilidad del cantante no quedaba nada, excepto una fea vulva sin pelo y un smiley dibujado en el monte de Venus . No le costó reconocer quién era:


-¡¡¡Cabrón!!! ¿¿¿Qué me has hecho??? ¡¡¡Pero si soy Lola Gaos!!!


El presidente de la SGAE soltó una carcajada que helaría la sangre de cualquiera. Fue hacia donde estaba Ramoncín y acercó su rostro al de él. Sonrió de ese modo torcido suyo y le susurró:


-No te quejes, anda, que tampoco estás tan mal. 


-¿Por qué me has hecho esto? ¡Nunca te juzgué! -Ramón/Lola temblaba y parecía estar a punto de llorar.


-Ya...si de hecho te portaste bien, Ramón, pero como buena rata que eres abandonaste el barco demasiado pronto. España entera piensa que eres gilipollas pero a ti no han tenido que juzgarte...además, qué coño, lo hago también por tu versión de Nirvana, que era para mandarte a la silla eléctrica, por lo menos. 


-¡Joder, Teddy, que acababa de sacar nuevo disco! -Ahora sí que Ramoncín había cedido a las lágrimas-. ¿No me podías haber dejado como Elena Anaya?


-Sí, hombre, para que te hinches a follar. Te vas a quedar así, con el cuerpo de una mujer que fue una gran actriz. 


-¡Pero si parezco un Bonobo! ¡Mi vida ha terminado!


-No seas melodramático, Ramón...bueno, ya va siendo hora de que te vayas, que esta noche pincho en el ocho y medio.


-¿Pero me vas a dejar así? ¿Perdido en el campo? -Ramón/Lola Gaos se había incorporado en la cama después de que Teddy Bautista le soltase las correas.


-Qué perdido en el campo ni qué...estás en la sede de la Sociedad, hombre. Ahí tienes el metro de Alonso Martínez. Venga, vete ya, que me quiero meter algo de popper.


-¿No tienes algo de ropa? ¡No puedo salir a la calle así, en pelotas! -al cantante le temblaban las mandíbulas, presa de la rabia. Su nuevo rostro estaba inundado por las lágrimas.


-Déjame pensar...ropa no tengo pero sí que te puedo dar un disfraz de tigre que es la risa. Lo compré en unos chinos, junto con la careta de Felipe González. Anda, póntelo, que seguro que te sienta bien. -El mad doctor soltó una carcajada que ahora no daba ningún miedo, ya que cualquiera se hubiese reído de Ramoncín en esa situación. 






Lola Gaos salió a la calle. El disfraz de tigre dejaba sus nalgas al aire. Ni siquiera era carnaval, con lo que todos los que se cruzaban con ella, con el antiguo rey del pollo frito, le señalaban y se reían de forma salvaje. Ramoncín se sentó en el banco de una plaza: aulló, lloró, gritó y su queja fue acallada por el silencio de Dios. Lo cierto es que fue silenciada por el certero porrazo en la cabeza que le propinó un policía. A continuación lo introdujeron en un coche con la intención de llevarlo a comisaría. El policía que había pegado a la nueva Lola Gaos sonreía al que estaba al volante. "Por cosas como ésta me hice policía", pensaron los dos a la vez.

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