27 de septiembre de 2011

FUKUSHIMA MON AMOUR

Pedro Ruiz contemplaba la tormenta a través de la ventanilla de su avión. Los relámpagos y las turbulencias habían logrado arrebatarle la poca serenidad que le quedaba. Calculó que todavía le quedaban unas diez horas de viaje hasta Tokio y le entraron sudores fríos. Como no quería armar un escándalo y quedar mal ante el resto de pasajeros decidió coger su libro y disponerse a leer. Cuando digo su libro era algo más o menos literal. El presentador practicaba desde hace tiempo una curiosa modalidad de  bookcrossing que consistía en pergeñar portadas falsas para clásicos de la literatura y del pensamiento universal. Compraba varios ejemplares, les diseñaba una portada (de un modo bastante chapucero, por cierto) nueva con su fotografía y su nombre impresos y los repartía por todo el mundo. En este caso llevaba cuarenta ejemplares de Los hermanos Karamázov, de Fiódor Dostoievski, que habían pasado a llamarse ¡Joder con los rusos! Debajo del título aparecía la típica fotografía de Pedro Ruiz con una expresión de Pedro Ruiz. Es decir, la fotografía era tal que así:





Decidió ponerse a leer para tratar de obviar el miedo que lo estaba acosando. Cuando más maravillado estaba de la profundidad psicológica que había impreso a sus personajes, se quedó dormido. 

Despertó justo a tiempo de ver como una extraña criatura se arrastraba de un modo horrendo  sobre el ala del avión y se encaminaba hacia su ventanilla. Tenía cuerpo de león, mocasines y  la cabeza de Carlos Solchaga. Pedro miró a su alrededor y trató de avisar a los japoneses que le rodeaban. Ninguno le hacía caso: en ese momento cantaban a coro de un modo estruendoso a la lima y al limón, el gran éxito de Concha Piquer. Pedro gritó y gritó hasta que consiguió abrir los ojos y emergió de su pesadilla. Pestañeó frenéticamente. Un orondo niño nipón le miraba divertido. Le señalaba con un dedo gordezuelo y su familia, que se sentaba al lado, reía a carcajadas. Entre ellos comentaban algo que doblaremos del siguiente modo:

-Parece ser que en España los monos titi viajan en avión -dijo la respetable abuela.

-¡Ja, Ja, creía que no había nada más divertido que un mono vestido de botones. Pues sí, sí lo hay! -intervino el abuelo.

-¡No me reía tanto desde que me puse en la cabeza aquellos calzoncillos en los que se cagó  Haruki Murakami !-terció el padre del niño. Se hizo un silencio. El humor del padre no era muy bien recibido. Incluso entre los nipones. 

El antiguo presentador no estaba preparado para asumir que se estaban mofando de él, así que volvió a mirar por la ventanilla e intentó recomponerse. Por fin, las horas fueron pasando y Pedro llegó a su destino. En el aeropuerto de Tokio cogió un taxi y le dio al conductor las señas del hotel. Cuando llegó a su habitación eran alrededor de las doce del mediodía. Se dio un baño, se puso un albornoz rojo con un retrato de Poli Diaz bordado en la espalda y cayó como un tronco sobre la cama de agua.



Despertó a la mañana siguiente completamente renovado. Sentía unas irrefrenables ganas de conocer el país, de ser un viajero, no un simple turista. "Soy una mezcla de Hemingway y Miguel Mihura", se dijo. Bajó al restaurante en busca del bufé del desayuno y allí, sorpresa, se encontró con su apreciado amigo Fernando Sánchez Dragó, otro irreverente como él, otro librepensador, otra alma libre. El escritor se sentaba solo en una mesa y trataba de engullir un trozo de sashimi con una mano mientras con la otra sostenía su voluminosa lectura: "Anus Horribilis o el ojete preternatural: la presencia de lo gay en el terror gótico, románico y visigodo", un sesudo ensayo de Pedro Zerolo. El presentador se acercó y saludó a Fernando abiertamente, con ancha sonrisa simiesca:


-¡Hombre, Fernando! ¡Qué sorpresa y qué alegría encontrarte aquí!


Dragó le reconoció rápidamente. Sonrió, puso el trozo de Sashimi entre las páginas del libro, lo colocó a un lado de la mesa y le observó por encima de sus gafas, como suele hacer el escritor. Transcurrieron unos eternos treinta segundos hasta que dijo:


-Te preguntarás, dilecto Pedro, por qué acabo de utilizar una loncha de salmón crudo como punto de lectura. Es natural, hum. Acabo de dejar el libro hecho una mierda, pensarás. Es natural, como digo, que lo pienses. Pues bien, Pedro, lo he hecho porque el conocimiento me importa una mierda. Leer libros no sirve de nada, el conocimiento es basura. Esta mañana, sin ir más lejos, me he limpiado el culo con meditación sobre la técnica, de nuestro amado Ortega.


Se hizo un incómodo silencio que parecía que tenía que ser llenado por Pedro. No dijo nada. Al poco rato Fernando dijo:


-Sé a lo que vienes, Pedro. Sé mejor que tú qué has venido a buscar a Japón. Has venido a abandonar el ego, a alcanzar el satori. Yo lo he conseguido y soy feliz. Ya no temo. Ya no busco. Pedro, necesitas un bodhi. 


-Hombre, Fernando, yo no sé si un body me va mucho. Yo soy más de leather en general y máscara con bola de billar en la boca.


-Je, je, je, qué ignaro eres, Pedro. Me refiero a que necesitas a alguien que te guíe en tu liberación. Alguien que se sacrifique para mostrarte el camino, y ese soy yo. 


-Bueno, si tú lo dices... -repuso Pedro con una tímida sonrisa, llena de resignación.


-Venga, vamos a ponernos en marcha: te voy a llevar a una playa que te va a encantar. Solo allí podrás liberarte del ego. Aunque no lo parezca, yo lo he conseguido. La playa forma parte de un resort para místicos llamado Fukushima D'or. Te gustará, ya lo verás. 


Salieron del hotel y pararon un taxi que los condujo hasta el resort. Pedrito quedó impactado: no tenía nada que ver con uno de esos sitios llenos de turistas rojos como carabineros, montando broncas puestos hasta arriba de alcohol...No era eso, no. En la playa no había nadie excepto lo que parecían cuatro mendigos desnudos jugando a palas y un japonés corriendo por la playa junto a un perro labrador. A éste se refirió Dragó del siguiente modo:


-No te acerques a ese cabrón. Es Haruki Murakami, el escritor. Como le des algo de conversación no te suelta en todo el día. Además, le canta el pozo a jengibre. Para mí que es un poco floro.






-Ah, bueno, de acuerdo -Pedro no prestaba prácticamente atención a los consejos del escritor. Estaba demasiado anonadado para ello. 


-Ahora ponte esta camiseta -le ordenó Fernando-. En color rojo te sentará bien.


Pedro la cogió, le dio la vuelta y se encontró con una terrible imagen:


-¡Puag! ¡Pero si es Pilar Bardem en pelotas! ¡Y con Wasabi en los pezones! ¡No quiero ponerme esto! -Parecía que Pedrete iba a vomitar de un momento a otro.


-No comprendes nada porque estás dominado por tu ego. Si logras ponerte una camiseta de esa bruja en pelotas sin que te den náuseas es que estás empezando a abandonar la megalomanía, ¿you know?


-Joder, todo sea por la sabiduría... -se puso la camiseta a regañadientes.


-Ahora tumbémonos aquí, cerca de la orilla...


Dragó tumbóse y Pedro lo imitó. El escritor (o sea, el primer escritor) sacó una pequeña bolsa de color verde y extrajo de ella una petaca y un pastillero.


-¿Qué es esto que has sacado? -Inquirió Pedro, lleno de desconfianza. 


-Tranquilo, hombre. Mira, en este pastillero tan bonito que compré en Popland tengo unos cartoncicos de LSD. Vamos a tomarnos uno cada uno para ayudar al ego a desdoblarse. Por otro lado, tengo aquí unas pildoritas maravillosas cuyo compuesto principal es el polvo del testículo molido de un enano balinés. En la petaca tengo algo más prosaico: whisky DYC para que baje bien la cosa.


-Joder, Fernando, yo casi que me quedo con mi egolatría... 


-Anda, anda, no seas orate y dale, dale. -Fernando le apremió y consiguió que Pedro recibiera la extraña comunión. A continuación, el orientalista e incansable viajero hizo lo propio. Permanecieron estirados un buen rato sobre la arena hasta que ambos sintieron que algo se desgajaba de su ser. Levantaron la vista y vieron cómo sus egos se dirigían a jugar a un extremo de la orilla. Sus egos ahora no eran grandes: parecían una réplica en pequeño de ellos mismos. Se habían galindizado, si vale el neologismo. Los dos intelectuales sonreían embobados mientras contemplaban como los pequeñuelos jugaban, reían, construían un castillo de arena...era enternecedor. Pronto se escuchó un sollozo: el ego de Fernando había pegado al pobre ego de Pedrito con una pala en la cabeza y éste lloraba ahora sin medida.








(Léanse los siguientes dialogos gritando mucho -mentalmente- y, a ser posible, con un efecto reverberante).




-¡¡¡YO introduje el orientalismo en España!!! -exclamó el ego de Fernando, que al decir esto, aumentó ligeramente de tamaño.


-Snif. Cabronazo, ¡¡¡Yo inventé la moviola!!! -Pedro también creció, aunque seguía llorando de rabia.


-¡¡¡Me he follado a muchas mujeres bellas!!! Qué coño, ¡¡¡Me he follado a LA BELLEZA!!!


-¡¡¡Inma del Moral me la chupaba mientras yo atacaba al poder!!!


-¡¡¡Toda mi vida he sido un libertario!!!


-¡¡¡Nadie ha imitado a Felipe González como yo!!!


-¡¡¡He escrito Gárgoris y Hábidis, obra de referencia para comprender España!!!


Mientras esto sucedía sus egos se habían hecho enormes y proyectaban una alargada sombra sobre la playa. Los mendigos se habían asustado y huyeron precipitadamente. Murakami no se enteraba de nada porque iba escuchando a John Coltrane a todo trapo. Los cuerpos de Fernando y Pedrito se agitaban violentamente en la arena: hacía tiempo que habían perdido el control de sus egos y de sus habitáculos. 






-¡¡¡La noche abierta fue un programa de referencia en las facultades de periodismo, sin ser nada yo de eso!!!


-¡¡¡Puedo echar siete polvos sin eyacular!!! ¡¡¡Después canalizo esa embolia seminal en la pura creatividad y en una prosa barroquizante!!!


-¡¡¡Qué buena estás, Carolina!!! ¡¡¡Ana Obregón, Elsa Anka, El libro gordo de Pedrete!!!


-¡¡¡Fui a la boda de la hija de Aznar porque él me lo imploró!!! ¡¡¡Siempre he sido libre pero leal!!!


Así continuaron durante varios minutos hasta que, claro está, llegaron a las manos. Bueno, en este caso se podría decir que llegaron a las garras, porque los egos se habían transformado en Dragodzilla y King Kong (un King Kong particular, claro, porque era un mono titi gigante, no un gorila). En la terrible pelea los cuerpos cayeron al océano y allí empezaron a zurrarse a muerte. La fuerza con que lo hicieron agitó el agua de tal manera que provocó un terrible tsunami. Los cuerpos de Fernando y Pedro desaparecieron engullidos por la voracidad del agua. Haruki Murakami y su perro Gatsby fueron empujados por la salvaje corriente hasta quedar incrustados contra la fachada del Tokio Hotel. Las olas arrasaron con todo el resort hasta que llegaron a la central nuclear de Fukushima. Lo que sucedió después es, por desgracia, conocido por todos. 



2 comentarios:

  1. Nunca nadie agradecerá lo suficiente a Pedro Ruiz su invento. Sin la Moviola, el fútbol sería un coñazo eterno.

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  2. Anus Horribilis o el ojete preternatural: la presencia de lo gay en el terror gótico, románico y visigodo.

    Yo le amo a usted con la fuerza de los mares.

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